PROXECTO EPÍSTOLAS

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2 MENCIóNS A Jean Bazaine (1904-2001)

Artista plástico, figura importante da nova Escola de París. A súa pintura é unha abstracción que tende a cor, intemporal e pura. As súas liñas e áreas sólidas mostran unha espiritualidade e unha certa poesía cautivadora.
Epístolas
Mencionado/a [2]
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
1963-04-30 Mencionado/a
Carta de Seoane a Scheimberg. 1963
Xenebra
Bos Aires
Transcrición

Transcripción da epistola Carta de Seoane a Scheimberg. 1963 en 30/04/1963


Ginebra, 30 de abril de 1963

Sr. Simón Scheinberg
Buenos Aires

Mi querido amigo:

No recibí respuesta a mi carta anterior. Quizá esté en camino. Tenemos hambre de noticias de Buenos Aires. Ayer y anteayer recibimos las de Sofovich y Falcini que nos produjeron un gran alegría. Creo que no tengo nada nuevo que contarles de nosotros, pero ahí va una estampa de un día en Zurich, el día de Viernes Santo, con todo cerrado menos alguno que otro restaurante o café.
Dios nos busca en Zurich
Doblaban las campanas desde el alba. Era Viernes Santo. Doblaron todo el día. A la salida del hotel, a las nueve de la mañana, lo sorprendente eran las calles desiertas. Sólo, en general, uno que otro zuriquense de edad las travesaba a grandes pasos, seguramente, para llegar a tiempo a alguna ceremonia religiosa. El río Limat estaba azul, el día claro, espléndido, y los cisnes, para despiojarse, ondulaban sus cuellos sobre su propio cuerpo. Quizá lloviese al atardecer o a la noche. Así sucedió. Nosotros nos entretuvimos en pasear por el muelle del río Limat. Viendo, una vez más, las vidrieras de los comercios. Deteniéndonos a descifrar los títulos de los libros alemanes, o suizos alemanes, y los viejos y nuevos grabados que se ofrecen en venta en alguno de esos establecimientos, mapas antiguos, grabados de interiores de casas campesinas del siglo XIX, grabados con vacas y escenas de labor; grabados de hoy, de Miró, de Max Ernst, de Bazaine, de Manessier..., sólo línea y colores, de técnica rigurosa, inexplicables y simples como el Viernes Santo y el mundo. Una mujer se acerca a nosotros, anciana, menuda, vestida de negro y con un sombrero ridículo en la cabeza. La mujer tenía el rostro blanco, muy blanco y los ojos azules, bondadosos, muy azules. Extrajo de la cartera un pequeño folleto en alemán y nos lo ofreció. En francés, malo explicamos que era inútil el ofrecimiento. No entendíamos alemán. “Mercí, madame”, le dijimos. Preguntó de que idioma éramos. Español, respondimos. “Un momento”, nos contestó. Revolvió en la cartera y del fondo de ella sacó otro folleto que en su ángulo izquierdo superior tenía escrita a pluma una indicación. Sp. El idioma español estaba en el fondo de la cartera. El título nos alarmó. Decía en rojo y entre admiraciones “¡Dios te busca!”. Agradecimos, y nos echamos nuevamente a andar. Por fin, alguien nos buscaba en Zurich y nada menos que Dios. Alguien superior al Director de Turismo, a las autoridades de la ciudad, del Cantón y aún a los mismos gobernantes de la Confederación Helvética. Dios, pensamos, estará en cualquier parte. Resolvimos andar. Abandonamos el muelle Limat, subimos hacia la catedral, la contemplamos, dimos vuelta a su alrededor, alzamos los ojos hacia sus cúpulas revestidas de metal. Dios no nos encontró. No estaba allí. Vimos el gigantesco Carlomagno con la espada sobre las rodillas. Seguimos por aquellas calles estrechas, medievales. Veíamos las calles, los edificios, las vidrieras. En una, pequeñas tallas en madera para el turismo, campesinos suizos tallados, animales, el oso más que cualquier otro, escudos de los Cantones y de las ciudades, objetos de cuero, de metales, todo lo que uno piensa que nadie compra. En otra, bellísimas piedras apenas pulimentadas del Brasil y de la Argentina. Piedras de todos los colores, cantos rodados de las orillas de los grandes ríos. La vidriera de una relojería. Relojes de muchos tamaños y formas. Sólo raramente se puede hablar de estilos. Chatos, abombados, de bolsillo, de pulsera, para la pared, para los muebles. Y cadenas y correas, y precios. Y otras vidrieras, con fotografías de cupletistas y bailarinas. Con apellidos españoles y franceses. Blancas y negras. Morenas y rubias, de diversos colores y formas, como los relojes, los objetos para el turismo y los emblemas de Suiza. Una vidriera entre todas, sólo con un bikini y un precio. ¿Para qué más? Dios no nos encontraba. Decidimos entrar en un café. Volvimos a pensar. Dios puede estar en todas partes. A la izquierda de nuestra mesa un mulato joven, barbudo y con el cabello descuidado y sucio. Seguramente, un artista. Un pintor. Miraba sin ver a nadie. Quizás él fuese Dios. Pero no, tampoco. Posiblemente, un santo. Mujeres beatas, beatas protestantes, impasibles, tomaban su café con leche o crema, o su cerveza, luego de las ceremonias religiosas. Eran como grandes madres estáticas, indiferentes, moviendo sólo la cabeza como las lechuzas para penetrarnos con sus ojos fríos. Dios, evidentemente, no estaba con ellas. Únicamente, las conmovía el dulce y los pasteles. Tenían la edad de la gula. Salimos. Continuamos andando. Llegamos a la estación. Entramos. Compramos Le Monde del día anterior. Escuchamos hablar en las tertulias de emigrantes italianos y españoles. Hablaban en voz alta, reían, cuando no se les notaba preocupados, pensando en dinero. Nadie piensa, ya se sabe, más en dinero que los pobres. Nosotros. Nuevamente salimos. Dios no estaba entre las boleterías y los kioskos, ni entre los trenes. Posiblemente, no había llegado. Ningún tren lo había traído hasta esa hora. Habíamos pasado el Bahnoft Brücke antes de ir a la estación y desde aquí seguimos por Bahnhof Strasse. Nuevas vidrieras. Ahora elegantes. Muebles, alfombras, perfumes, cosméticos, trajes, maniquíes en actitudes amaneradas, de rostros morenos con cabellos de nylon. Comimos algo en un restaurante cualquiera. En una mesa cercana, otra gran madre impasible girando únicamente las pupilas de sus ojos. Las manos sobre las rodillas. Observándolo todo. Estableciendo in mente las incorrecciones de los extranjeros. Abandonamos el restaurante y anduvimos por las viejas y bellas calles. Solos. Anduvimos la colina que fue castro celta. Miramos los viejos techos al estilo de los flamencos. Un capilla del siglo XV. Todo. Nos fatigamos andando. Al atardecer, regresamos hacia el hotel. Por el Quaibrücke, Bellvueplatz, seguimos por Ramí Strasse unos centenares de metros, y volvimos al Quai Limat. En el río, los cisnes se despiojan más sañudamente que a la mañana. Con los largos cuellos aún más ondulados. Y los patos alzaban a un tiempo sus cortas patas para rascarse las cabezas. Caían unas gotas de lluvia. Dios no nos encontró. Sin embargo, el folleto que nos había dado la anciana de ojos bondadosos, y que terminaba en un pequeño capítulo que aseguraba nos necesitaba, comenzaba afirmando: “¡Dios te busca!”. Dios nos buscaba. Nos necesitaba. Pero no nos encontró. Nosotros, naturalmente, tampoco lo encontramos. Seguramente, ese día nos hubiésemos entendido. Hubiésemos estado solos en las calles de Zurich. Él y nosotros. Hasta la hora de los bikinis en los cabarets y de los borrachos agrupados a las puertas de los bares.
Claro, es el hombre quien generalmente busca a Dios. El que llegue a encontrarlo es otra cuestión.
Fue un día así. Dormimos perfectamente, a pesar de los grandes almohadones que nos ponen como almohadas en los hoteles y de los fastidiosos edredones.
La ejecución de Grimau conmovió a Europa entera. Hubo actos en todas las ciudades europeas de protesta. Aquí, en Ginebra, los obreros lanzaron simbólicamente coronas y claveles al lago para que el río las llevase a la costa española. Obispos y sacerdotes católicos de Francia y Suiza protestaron contra Franco. En Rabat, en plena embajada de España, en cuyo salón se celebraba un concierto, un joven se levantó, dijo una palabras de protesta y pidió un minuto de silencio por Grimau. Sólo el embajador y unos cuantos se mantuvieron sentados. Casi todo el público se levantó en su homenaje.
Otro día enviaré más noticias nuestras y de lo que vemos. Un gran abrazo a todos los amigos, a Aída y los suyos de Maruja y míos y otro para usted, fuerte, de:

[Seoane]

1963-08-08 Mencionado/a
Carta de Seoane a Varela. 1963
O Castro [parr. Osedo, conc. Sada]
Bos Aires
Transcrición

Transcripción da epistola Carta de Seoane a Varela. 1963 en 08/08/1963

El Castro, 8 de agosto de 1963

Sr. Lorenzo Varela
Buenos Aires

Querido Varela:

Hace dos semanas que no te envío noticias. Me fue imposible. Estamos en El Castro después de haber pasado unos días en Gijón con mi hermana y, aún trabajando, estoy detenido en la belleza de Galicia. Un día, la noche del fuego de Santiago, acompañados de Díaz Pardo y Mimina nos encontramos con Dieste y Carmen y os hicimos largas ausencias. Tengo la sensación de que como San Ero de Armenteira, Dieste deja transcurrir su encanto gallego y su despertar ocurrirá dentro de otro siglo. Aquí no se puede trabajar, pues falta tiempo para ver, para mirar, y un artista no puede tener otra personalidad que la de vagabundo. Un vagabundo más en tierra de vagabundos. Además a uno le gusta el rostro de las gentes y su acento y su humor. Subirse a un ómnibus es entrar a vivir la realidad de un capítulo de novela que ocurre sin tiempo preciso. Ya hablaremos con calma de todo esto. Hasta ahora estoy pasmado. A pesar del pasmo, están terminando de imprimirse en una imprenta de La Coruña El toro júbilo, una costumbre muy antigua del norte de Castilla que me sirvió para hacer siete grabados en madera y un breve prólogo. Quiero ahora empezar a escribir nuevamente a todos los amigos.
Ahí van unas noticias:
Georges Braque prepara un gran mural de 84 metros de altura y 25 de largo para una torre que está edificándose en París que cuenta con veinticuatro pisos destinada a Facultad de Ciencias. El mural de Braque ha de ejecutarse en mosaico con un tema figurativo que se desenvuelve de piso en piso. Situado el espectador demasiado cerca o demasiado lejos, no podrá ver el mural, sino en fragmentos. Sólo podrá ser visto completo desde cierto ángulo. Así la torre parisién, ejecutada en una arquitectura funcional, está llamada a animarse con una figuración moviente que cambiará, para el espectador, según los desplazamientos de la visión.
La nueva Facultad de Ciencias, según Jacques Michel que escribe sobre ella, será a la vez humana y monumental y constituirá un hiato a la vez racional y abstracto, dentro de un estilo donde jugarán las formas geométricas simples y como materiales básicos el acero y el vidrio. Poseerá un estilo internacional y su solo precedente será la torre Pirelli de Milán proyectada por Gio Ponti y Pier Luigi Nervi. Se trata, de acuerdo con Jacques Michel, de un estilo Bauhaus a la francesa. Escribe: “En los Estados Unidos después de practicar la arquitectura puritana dentro del espíritu del Bauhaus con Mies Van der Rohe, se comienza con Luis Kahn, Paul Rudolph y otros a descubrir la arquitectura del cemento y de los volúmenes expresivos. En Francia, la evolución es inversa: ella va del cemento de Perret y de Freyssinet al metal y al vidrio. Si bien la nueva Facultad de Ciencias de París parecerá tener veinte años de edad, su interpretación a la francesa con una intención de elegancia y de fantasía permitirá la contribución masiva de la pintura, la escultura y de una manera general del lenguaje plástico”.
Los arquitectos proyectistas de la obra son cuatro: Albert, Cassan, Coulou y Seassal y los artistas llamados a colaborar justamente con Braque, los pintores Manessier, Bazaine, Bissiere, Estéve, Lapique, Beaudin, Gishia y Lagrange, y los escultores Giacometti, Arp, Hadju, Adam y Etienne Martin. A esta obra se le denomina en París El Escorial de Halle aux Vins, el lugar donde se instala.
En el Museo de Grenoble, en el Delfinado francés, uno de los más importantes de arte moderno de Europa, se realiza estos días una gran exposición de Albert Gleizes, uno de los grandes pintores del cubismo y de sus más importantes teóricos, a quien Apollinaire atribuyó en su pintura rigor y majestad por los años del nacimiento y desarrollo de ese estilo.
En España, se divulgan los poemas de Sedar Senghor, poeta negro, del África negra. Nació en Senegal en 1906 y en uno de sus grandes poemas, La vuelta del hijo pródigo comienza con los siguientes versos: “Elefantes de Mbissel, por tus orejas, ausentes de mis ojos, oyen mis antepasados mi oración piadosa. Sed bendecidos, Padres míos, sed bendecidos! Los traficantes y los banqueros me han proscripto de la Nación”. La poesía de Shenghor es de la que se denomina comprometida, a la que ahora vuelven los jóvenes europeos luego de un largo período de gratitud y formalismo.
En El Castro, Galicia, se acaba de instalar la nueva planta de su gran fábrica de porcelana, donde se ejecuta la de más alta calidad actualmente de Europa. Su fundador, el pintor Isaac Díaz Pardo, es el mismo que instaló hace pocos años Celtia, de Magdalena, en la provincia de Buenos Aires. Se aspira además a que en esta gran fábrica funcione en el porvenir un laboratorio de formas con destino industrial al modo del de Ulm, en Alemania, que dirige el argentino Maldonado.

Éstas son unas pocas noticias por hoy. Trataré de regularizar mi colaboración. Un abrazo a todos los amigos a quienes prometo escribir y uno grande para Marika y para ti de Maruja y mío:

[Seoane]