El Castro, 23 de marzo de 1969
Sr. William Shand
Queridos Susana y Willy:
Hoy es un primer día de sol luego de semanas de lluvia, pero yo no aprecio el sol, me siento más a gusto, con más ganas de trabajar cuando llueve. Hasta ayer, casi hasta hoy a la mañana, las nubes estaban bajas y algunas de ellas se veían cruzando las laderas de las montañas como en las estampas japonesas. Galicia es un país de lluvia y como tal hay que tomarlo, de lluvia y niebla. Según dicen, el de más lluvia de Europa y por eso quizás el más rico, o uno de los más ricos, en verdes. Claro que toda esta lluvia se presta a presagios fúnebres en las noches invernales y los campesinos los encuentran en las más diversas señales, desde el grito del mochuelo en los árboles próximos a sus vivencias hasta la visión de los espíritus que se aparecen en los caminos. Pero, aquí, la muerte es siempre un tránsito. El hombre no dura siempre, pero sí su alma, que pasa a encarnarse en algún otro ser aunque sea de especie distinta. En dos mil años de cristianismo no logró hacer nada bueno de nosotros. Continuamos siendo paganos y los mismos curas de este país no las tienen todas consigo cuando se trata de supersticiones heredadas, a pesar de sus latines y de los cursos de teología. A mí me gusta esta espíritu lo mismo que la lluvia, sabiendo que son un tanto incómodas siempre lluvia y espíritu pagano. Hoy, que no llueve, se poblaron las tierras que se ven desde las ventanas del estudio que me prestan de campesinos que salieron a sembrar no sé qué, quizás trigo o maíz. Los miré durante un largo rato desde el ventanal. Son los mismos, también, de hace siglos. No han cambiado. Se agachan sobre la tierra y dejan caer la simiente sobre el surco abierto por el arado, el viejo arado que vino de oriente traído por los romanos y que aquí, por la división minifundista de la propiedad, en muy pocos sitios deja lugar a la máquina. No deja de tener gracia ese progresista, generalmente un emigrante enriquecido, de origen campesino, que encuentra atrasados a estos hombres que se desloman sobre una pequeña propiedad de muy pocos metros cuadrados, a la que se llega por caminos estrechos de carros, que se fueron haciendo con el tiempo, hasta llegar a la roca donde se advierte como las ruedas fueron dejando su huella. Es necesario que cambie todo el sistema de propiedad, que es precisamente lo que no quiere el progresista enriquecido. Yo sí quisiera. Sin embargo, me gustaría que los campesinos –y yo– guardasen en su alma todas esas creencias heredadas referidas a los animales, a los espíritus, a la luna, al sol, a la naturaleza en general. Hace falta que conservemos todos esa poesía, este miedo sano a fuerzas desconocidas, dándonos cuenta que aún ahora, a punto de que la luna se incorpore al sistema colonial de algún imperio actual, existen hierbas que se aseguran que nos liberan del mal de ojo o del aire de muerto. A mí todo esto me sirve para pintar, cada cuadro es un conjuro contra lo que no deseo. El cristianismo quiso que los hombres creyesen sólo en un Dios. Yo prefiero esto. Creer en las piedras sagradas, en los bosques sagrados, en toda esta naturaleza habitada por seres que solamente alguna vez los hombres tienen el privilegio de ver, pero que a veces se muestran. Saber que uno se acerca a la serpiente, o al dragón, que sale de determinadas noches del año a orillas de una fuente y se atreve a sacar con su boca la flor que tiene a su vez ella en la boca, la serpiente, o el dragón, se pueden convertir en una bellísima joven que fue encantada por alguna espantosa bruja. Todo esto es muy reaccionario, ya lo sé, pero es muy bello y este clima de encantamientos aún se vive en este país. Cuando sus habitantes salen de él son ya otros hombres. También es posible que ahora la estúpida propaganda televisiva y los transistores los cambien.
Volveremos a fines de abril. De aquí saldremos seguramente alrededor del día 8 para Madrid. Trabajo mucho. ¿Volvieron Esther y Lipa de viaje? Un gran abrazo para todos y muy especial de Maruja y mío para ustedes dos. Por favor, no discutan esta carta.
[Seoane]