Fondo: Luís Seoane depositado na Fundación Luís Seoane.

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Museo Arqueolóxico de Ourense

O Museo naceu por iniciativa da Comisión Provincial de Monumentos en 1845, e tivo a súa sede no edifico do antigo Colexio dos Xesuítas da actual rúa de Lamas Carvajal, de onde foi desaloxado en 1852, dispersándose os seus fondos, trasladándose despois ás oficinas da Deputación Provincial, que por aquelas datas se atopaba no antigo Convento de San Domingos. Posteriormente, os seus fondos foron trasladados a diversos sitios, dividíndose entre o Palacio Provincial, o Hospital e outros lugares, como ocorreu cos fondos que se lle cederon ao Concello de Celanova e que agora están na sancristía da igrexa do mosteiro. No ano 1895 a Comisión Provincial de Monumentos Históricos e Artísticos de Ourense decidiu a creación dun Museo Arqueolóxico Provincial no que se puidesen conservar todos os testemuños do pasado histórico do territorio da provincia e onde se puidesen reunir os tesouros dispersos que formaran parte do Museo de Pinturas.
Epístolas
1 mencións
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
Data Relación Remitente - Destinatario Orixe Destino [ O. ] [ T. ]
1974-01-16
Carta de Pilares a Luís e Maruxa Seoane. 1974
Madrid
Transcrición

Transcripción da epistola Carta de Pilares a Luís e Maruxa Seoane. 1974 en 16/01/1974


Madrid, 16 de enero de 1974

Queridos Maruja y Luis:

Estos días os hemos recordado con especial cariño dada la noticia que he fotocopiado para vosotros... y todos nuestros buenos amigos.
Me hubiera gustado que el motivo de estas líneas fuese otro. Pero la vida es así. Y también la muerte.
Y ya no tengo humor ni ganas de escribiros más en esta carta. Duele ser mensajero de noticias malas. Y solamente me consuela saber que comprendéis nuestro estado de ánimo y que sabéis cuánto, cuantísimo se os quiere en estos pagos.

Abrazos.

Manuel Pilares

[Anexo.]
La Región, 8-1-74
José Suárez ha muerto
El alaricano José Suárez Fernández, mundialmente famoso por sus extraordinarios reportajes fotográficos publicados en revistas y diarios de mayor difusión, ha muerto.
La noticia no se hizo pública, pero se conoció en nuestra ciudad a media tarde del domingo. Pepe Suárez, como le llamaban sus íntimos, fue sorprendido por la muerte cuando se encontraba pasando las Navidades en un hotel de La Guardia. Un ataque cardíaco segó su vida.
Su carácter fue trasladado al panteón familiar de Allariz, en donde ante los suyos y un grupo de amigos recibió sepultura a última hora de la tarde del domingo. Los funerales se celebraron en la mañana del lunes.
La muerte de Pepe Suárez sorprendió a todos. Y a todos dejó inmersos en consternación porque, pese a faltar de Orense, muchos años en estos últimos en los que retornó al Orense y al Allariz de su infancia y juventud, había vuelto a lograr el afecto, el cariño de cuantos le han tratado; afecto y cariño unidos a la admiración, pues Pepe Suárez, el autor de aquella famosa fotografía de Unamuno en su Salamanca de mil novecientos treinta y seis que había dado la vuelta al mundo en miles de publicaciones, era un fotógrafo singular, nacido de su vinculación al cine, y proyectado luego en revistas y publicaciones de fama internacional.
Hace poco, Pepe Suárez había ofrecido a los orensanos una exposición magistral en las salas del Museo Arqueológico de una antología de su obra fotográfica, exposición que nos había revelado toda su enorme potencia de artista.
Descanse en paz el bueno y querido amigo, cuya muerte ha producido hondo dolor en nuestra ciudad, así como en su Allariz natal. A sus familiares, especialmente a sus hermanos Francisco (abogado en Monforte), Marcial (en Madrid), Antonio (en Allariz) y Camilo (abogado en Orense), queridos amigos nuestros, expresamos el testimonio de nuestra más sincera condolencia. (Foto Reza).
Segundo Alvarado

Despedida a Pepe Suárez
Yo sé, querido Pepe, que era un espíritu raro y extravagante; y que la mayor parte de la gente te aburría, porque no estabas de acuerdo con ninguna en sus gustos y en sus opiniones; que quisieras gritar a todos los vientos tu postura rebelde, inconformista contra esta sociedad que te volvía la espalda porque eras difícil de encajar en ella; y te quedaste en soledad, en esa soledad de sólo contra todos.
Y, en el fondo, Pepe, tú no eras ni misántropo ni nada que se le pareciese; hasta tu misoginia era una postura como otra cualquiera; ganas de llevar la contraria a los demás.
Hay actividades en la vida que nos llevan a menospreciar a los hombres y a las cosas, y es porque no teniendo a nuestro lado algo que ocupe ese gran vacío, nos revolvemos con cólera, desesperados. En el fondo, Pepe, todo eso no es más que hambre de amor o de amistad. Los afectos, querido amigo, son los que condicionan nuestro deseo o desgana de vivir. Tú veías la diferencia: algunos viven, digamos entre algodones. Toda su vida está llena, rodeada, colmada de afectos. Otros, por desconfianza creen que los afectos son una pura farsa, y se mantienen a la defensiva como si temiesen caer en la trampa. Esta actitud cautelosa los hace apartarse de la gente y buscar la soledad. Tu vivías en soledad porque la buscaste a conciencia, y si se va a mirar, tú llevabas dentro el hombre de las multitudes como todo quisque, aunque esas multitudes no sean las municipales y espesas de que habla el poeta. Tú ya me entiendes. Porque el hombre, querido Pepe, contra todo lo que se diga de rencor, y de odio, en una palabra, de resentimiento, no es un lobo para el hombre. Yo creo más bien, que más que un animal fiero es un pobre desvalido. ¡Pero si lo veía en ti, Pepe! Te mostrabas fiero y rencoroso y luego, un amigo cualquiera, te decía unas palabras amables y no podías ocultar tu satisfacción. Porque tú te empeñabas en aparentar una cosa y resulta que eras otra completamente distinta. ¡Una máscara, nada más que una máscara!
¿Qué te encontrabas solo? Solo, lo que se dice solo, lo estamos todos. Lo ideal sería andar por el mundo por parejas como los siameses, pero eso sólo se da de manera fugitiva, en lo que tú empezaste a no creer por experiencia propia. Y como te creías solo, existencialmente solo, huías quizá de ti mismo. Así, en el verano, y ahora, en estas fiestas que pasaron de Navidad.
Si me dijeras a mí o a cualquiera de tus amigos que querías pasar esos días con nosotros, tendrías un lugar en nuestros hogares, y a nuestro lado, aún a trueque de oír en tus labios palabras de condenación contra esto y aquello, como tu maestro Unamuno, del que has sido siempre tan fiel amigo y discípulo.
Ahora, más que sentir que te fueras, –porque hay que marcharse alguna vez–, lo que siento es que no te detuvieses un momento para decirme “¡Adiós, amigo!”.
Julio Vázquez Jimeno
9-1-74