Audio. Voz. Entrevista

José Rubia Barcia: Unha vida contada 04

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José Manuel González Herrán.- ¿Cuánto tiempo estuviste en Francia?

José Rubia Barcia.- Casi tres meses: dos o tres meses… Luego a Limoges, y de Limoges fue cuando me informaron de que recibía el dinero; mi tío me coloca el dinero, en Limoges, cuando ya me iban a echar del pequeño hotel donde estaba escondido. Y entonces me detuvieron, fuimos al hotel y había un telegrama de Antonio diciendo: «Fondos ilimitados. Société Générale». Volví con el policía a la jefatura y le dije: «Yo puedo irme ya, no soy carga para tal, tal...». Y me dejó que me marchara, con la excepción de ir a París: no podía ir a París. Pero en vez de hacerle caso me fui a París…, buscaba otra cosa. Pero llegué allí a la embajada española, ya en poder de los franquistas: estaba todo cerrado, no me dejaron entrar; ahora…, cómo…, aquí no puedo quedar. Un lío de mil demonios... Por fin resolví la situación, y de las dificultades que tuve después con el château y tal…, me marché a París, dejé pagado un mes; me marché a París, y en París ya empecé las gestiones para salir de Francia, porque me perseguía la policía francesa, por culpa de aquello que había tenido con el policía de Saint Silmont. Y con este contacto de este chico de La Redonda y el portero…, el portero me dice: «Yo no puedo hacer nada más que ponerte en el pasillo de la embajada, dentro, y cuando pase…» (Cuando yo iba en el tren de Limoges a París, en el periódico francés leí que no había embajador de Cuba, la encargada de negocios era una escritora francesa, muy mona, mayor que yo, naturalmente, que se llamaba Flora Díaz Parrado; hacía teatro, literatura y tal… Yo dije: «Hombre, a lo mejor le entro a esta chica de alguna manera...»).

José Manuel González Herrán.- Claro: teatro, literatura...

José Rubia Barcia.- «Cuando ocurra la posibilidad de entrar, te pongo en el pasillo y tú le hablas…». La pobre mujer se llevó un susto padre, porque estaba en medio de la oscuridad esperando a que llegara ella y me acerco, creyó que la iba a matar o algo así. Flora Díaz Parrado: una mujer encantadora, muy conocida después…; murió en París no hace mucho. Flora Díaz Parrado me dice: «Mira, yo no tengo autorización para darte visado». (Yo no tenía pasaporte, conseguí el pasaporte internacional de la Sociedad de Naciones, para los apátridas). Y me dice: «Yo no puedo darte autorización, mi Gobierno no me autoriza. Lo que puedo hacer es darte un permiso mío de entrada en Cuba, y si consigues que la gente de allá lo reconozca, pues te dejan entrar, y si no, pues yo no sé, te las arreglas como puedas». «Déme lo que sea», le dije. Como estaba ya perseguido, me recomendaron un fotógrafo en Meaux, que era comunista y que hacía pasaportes falsos, y cosas de ésas... Fui a ver a este, a este fotógrafo, y me dijo: «Yo te doy documentación para que puedas llegar a La Rochelle sin dificultad». Y este comunista, sabiendo primero que yo no era comunista, un fotógrafo francés, me dio un pasaporte falso para llegar a La Rochelle…; si la policía me…, me… Yo no era español, era húngaro, o no sé lo que era. Bueno, entonces me voy hacia La Rochelle a embarcarme… (Eso también está idealizado en Umbral de sueños). Voy a La Rochelle y el barco está alejado, no está ya en el puerto, salía al día siguiente, yo tengo ya el billete –lo había comprado en París– y me monto en el barco…, una chalupa que me lleva al barco y voy al barco en chalupa. Llego al barco, huyendo de las autoridades de emigración; voy en chalupa de noche al barco. Entro en el barco, y en el barco estaban ya el resto de la Brigada Internacional, la parte cubana de la Brigada que regresaba a Cuba. Iba un especialista en niños, un médico español…, iban algunos emigrantes…, iba gente rica en primera y tal…, y allí nos metemos en ese barco. Era un barco del que Francia se había apoderado en la Primera Guerra Mundial, un barco muy viejo, mitad de mercancía y mitad de pasajeros. Y con eso me dirijo a Cuba; me enfermo por el camino, me cuida el médico este español, de vez en cuando; reponiéndome, me voy a primera y juego al póker con algunos de estos emigrantes ricos que volvían…; tengo ya una pequeña relación social…, vuelta a la normalidad…, la brigada cubana cantaba canciones cubanas hasta mitad del Atlántico; a partir de mitad del Atlántico para allá cantan canciones españolas. Todo un mundo muy curioso. Y llega al puerto, llega el barco a puerto y sube Inmigración y me dice: «Usted no puede desembarcar, de modo que tendrá que seguir en el barco (el barco iba a Chile), tendrá que seguir en el barco hasta Chile: este documento no sirve».

José Manuel González Herrán.- El documento de la Flora, ¿no?

José Rubia Barcia.- No sirve, no lo quieren reconocer. Pero otra vez las casualidades..., el destino…, la casualidad…, el hado…, lo que determina lo que vamos a hacer en la vida… En mi caso, y en mi generación, en toda mi generación, somos lo que somos porque no había otra solución. Algunos tenemos suerte si coincide con los de uno, otros no tenemos suerte, pero…

José Manuel González Herrán.- Pero no habíais hecho vuestro destino.

José Rubia Barcia.- No, lo de Ortega, «la vida, proyecto vital», eso se nos niega. No hay tal cosa.

José Manuel González Herrán.- La generación que más siguió a Ortega…

José Rubia Barcia.- Seguramente… Pero no hay tal cosa: somos víctimas de algo en lo que no tenemos gran responsabilidad…, las circunstancias... Bueno; yo estoy en La Habana, y llamo a mis tíos, que vengan a visitarme…, los dos…: tenía dos tíos. Da la casualidad que mi tío mayor –ya muerto–, José, no estaba muy bien económicamente. Era maestro masón en una logia cubana, en la que era aprendiz Batista. Y el otro, Antonio, había sobornado ya…, había dado no sé cuantos cientos de dólares a las autoridades de Inmigración para que permitieran a un abogado y a ellos subir y bajar al barco. Mientras tanto, los periódicos cubanos, a voces, diciendo: «Intelectual español tal…, detenido en La Habana…, tal…». Ya estaban los periódicos anunciando que yo tenía problemas en La Habana. Pero en ese momento se me ofrecen tres posibilidades. Primera posibilidad, venía un Herr Cartafund, que era profesor en la Universidad de Quito: era alemán, antinazi, y me dice: «En Quito hay posibilidad de utilizarte en la Universidad. Cuando lleguemos a las costas de tal, y yo desembarque en Guayaquil, pues nada, tú te vienes conmigo y yo te meto…; estoy seguro que te meto en la Universidad. No te preocupes: si esto no se resuelve, a Guayaquil». Otro, un catalán que tenía negocios en Lima, me dice: «Mira, yo tengo un gran problema…: tengo tres hijas, todas en edad casadera; tengo mucho dinero, tú eres español y yo te caso con una de mis hijas y eres director de mis fábricas». Y dos muchachos que iban a crear una editorial teosófica en Santiago de Chile: «Tú te vienes con nosotros, hombre, a la teosofía; nada, te vienes a Chile a nuestra editorial…, tendremos seis…, nada no te preocupes…». Pero, mientras tanto, mis dos tíos están trabajando; y, por fin, ni voy a Chile, ni me caso con la peruana, ni… Entonces me dejan desembarcar, pero me llevan en un bote al campo de concentración, provisional, mientras el barco no vuelve para recogerme; no me dejan desembarcar en la ciudad. Entonces me llevan a una cosa que se llama Triscornia, que está lleno de chinos, todos chinos; el único blanco que había allí era yo; y ya el primer día nos hacen desfilar desnudos, en pelotas, para las duchas. Era como un presidio, pero todos amarillos menos yo. Ya te digo, todas estas cosas, no sé si algún día (risas)

José Manuel González Herrán.- Aquí hay muchas novelas. Material para...

José Rubia Barcia.- Claro, por eso te digo que depende de lo que te interese más, porque tanto material, tanta cosa… Entonces ya, cuando llegué a Cuba, yo tenía una carta para un muchacho, también gallego; se llamaba Vázquez, cuentista, que escribió…, se ha publicado aquí en España un libro de cuentos suyos…; se fue refugiado a Venezuela, con la revolución de Castro; pero era gallego y era el que estaba encargado de la página española del periódico El Pueblo, en La Habana. Y era la única persona…: el de La Redonda me había dado las señas de ese…; y cuando ya me soltaron, a los cinco días, me dejaron salir del campo este, y ya me fui con mi tío el joven, y ya me disfrazó de cubano, porque yo llegaba con un traje francés absurdo para un clima tropical y tal…, y él me vistió, me desnudó y me vistió: me hizo adaptarme a la cosa…, me dio un lugar donde yo podía vivir y empezar a respirar, y me fui a ver a este chico. Este chico en seguida me dio una carta para un profesor joven de la Universidad de La Habana, y a los quince o veinte días de estar allí daba un ciclo de conferencias en la Universidad de La Habana.

José Manuel González Herrán.- ¿Sobre qué eran?

José Rubia Barcia.- La cultura arábigo-española. Hice un ciclo de conferencias sobre cultura arábigo-española en la Universidad, que tuvo mucho éxito; y, ya entonces, el grupo de refugiados allí era pequeño, pero allí estaba Ruiz Funes, catedrático de Derecho, de Murcia…; estaba cuando yo llegué; estaba Mira López, que era un psicólogo importante, catalán…; estaba Manolo Altolaguirre, Bernardo Clariana…; había uno que murió aquí, un gallego, Ángel Lázaro, que escribió…

José Manuel González Herrán.- Sí, sí…

José Rubia Barcia.- Bueno, de modo que había allí un grupo…; estaba Ferrater Mora, el filósofo. Y entonces se nos ocurrió organizar una Universidad Libre. No teníamos dinero para hacer eso, pero Altolaguirre conocía a una multimillonaria cubana, con la que se casó después, después de divorciarse de Concha; multimillonaria, trescientos o cuatrocientos millones de dólares, y esta mujer decidió financiar la creación de la Escuela Libre de La Habana. Y fundamos la Escuela Libre de La Habana. Uno de los segmentos de la Escuela era la Escuela de Artes Dramáticas. Había varios refugiados europeos también, de fama internacional, que eran directores de teatro, estaba un tal Sajovich, que había sido discípulo de Reinhardt; un argentino que había estudiado en Rusia, y otro muchacho asturiano que también había hecho teatro… Un grupo de gente…: fundamos eso, y acabé siendo yo el director de la Escuela Libre de La Habana; fundador de la Academia de Artes Dramáticas, con temporadas teatrales en Cuba, con permanente en la Escuela de Verano de la Universidad, conferencias ocasionales aquí y allá… Hice radio, con unas adaptaciones mías de novelas radiales y montones de cosas. Y estuve metido en faena ya en Cuba cuatro años. Enseñé Gramática Histórica en la Universidad de La Habana…, muchas cosas…, una multiplicidad de actividades. Y me conocían ya, en toda La Habana me conocían; llegué a ser muy conocido en Cuba. Casi no pasaba semana en que yo no apareciera en el noticiario cinematográfico, dando conferencias o haciendo lo que fuera, y mis obras de teatro, mis montajes eran excepcionales; la Asociación de la Prensa Cubana me dio el Premio Nacional de Montaje, porque monté la Fiesta de los Villancicos en la Plaza de la Catedral, usando toda la fachada de la Catedral…; una cosa impresionante: me dieron el premio de montaje de dirección a una obra de teatro allí.

José Manuel González Herrán.- ¿Qué motivó este redescubrimiento de la vocación teatral? Porque de hecho…, claro…, tú habías tenido alguna experiencia, pero no era, no había sido muy importante, ni muy intensa...

José Rubia Barcia.- Exacto. Lo motiva el hecho de que a mí me interesaba el teatro, que yo había escrito ya mi Tres en uno: no sé si tú lo has leído.

José Manuel González Herrán.- No; me has hablado de él, incluso me has hablado de que es tu primer libro.

José Rubia Barcia.- Sí, claro, claro… Yo lo había escrito, lo había terminado en Barcelona antes de salir…

José Manuel González Herrán.- Durante la guerra.

José Rubia Barcia.- Durante la guerra y ese libro…

José Manuel González Herrán.- ¿Con intención de publicarlo solamente, o de que lo representasen?

José Rubia Barcia.- Sin intención…, para escribirlo… Lo escribí porque me parecía una cosa fundamental –y me sigue siendo pareciendo fundamental– para un cambio total en la manera de estar España en el mundo. Entonces escribí ese auto sacramental, un «auto sacramental al revés». Llegué a La Habana y, entonces… Manolo Altolaguirre, con la ayuda de esta millonaria, había montado su imprentita, y yo le enseñé a Manolo Altolaguirre el auto sacramental: «Esto lo publico yo». Inmediatamente lo publicó él en la colección «La Verónica» en La Habana. Tuvo un gran éxito. Es un auto sacramental que provocó sensación, no sólo en Cuba, sino en toda Hispanoamérica; y tanto trascendió la cosa, que quisieron montarlo los nazis, como un testimonio anticristiano. El auto no es anticristiano, es otra cosa; pero los nazis querían utilizarlo como un testimonio anticristiano. Y Altolaguirre me preguntó, y yo le dije: «No, no; ya esto no».

José Manuel González Herrán.- Hasta aquí no.

José Rubia Barcia.- Y no lo montaron. Pero se mandó la edición a México, la distribuyó allí Edhasa, que era la distribuidora más importante de los españoles, y se agotó, tuvo un gran éxito. Ya me di a conocer, colaboraba en la prensa también: en Carteles colaboré…, en Bohemia, en el periódico El Pueblo, de mi amigo el gallego. Era periodista, director de teatro, catedrático de Universidad, un montón de cosas… Y me sentía muy a gusto allí. Pero cuando fracasó la Escuela Libre de La Habana…, fracasó…, la Escuela Libre de La Habana fracasó…, fracasó por cosas que son… Hay cosas que se pueden decir y cosas que no se pueden decir. Fracasó porque no accedí a un soborno al que quería someterme el Ministerio de Instrucción Pública: querían ofrecerme una subvención de varios miles, de ciento cincuenta mil dólares al año, pero yo tenía que firmar que…, firmar por los ciento cincuenta mil, pero recibiría sólo cincuenta mil. Y yo dije: «Esto lo llevo al Claustro; explicaré la cosa, y si alguien quiere aceptar…».

José Manuel González Herrán.- ¿Cómo se financiaba eso (aparte de la subvención de la millonaria)?

José Rubia Barcia.- Los estudiantes, claro… Allí empezó a funcionar la Academia de Artes Dramáticas, porque era la única cosa que nos daba dinero, y yo era el director de la Academia de Artes Dramáticas. No era exactamente una especie de teatro, no exactamente profesional, pero profesionalizado en la medida en que se financiaba... Claro, y entonces eso tuvo éxito, mucho éxito. Es la primera Academia de Arte Dramático que hubo en el mundo hispanoamericano y aquello tuvo una gran repercusión en toda Hispanoamérica, y algunos de los actores y directores que han salido de mi academia son famosos. La mejor actriz de arte dramático que tiene ahora México es la Carmen Montejo, que empezó conmigo a los quince años, es la mejor actriz de arte dramático.

José Manuel González Herrán.- Y ya en aquella academia, aparte de montar determinados textos teatrales, teníais actividades de clase, etc. Aparte de dirigir, les dabas clases.

José Rubia Barcia.- Claro, naturalmente: clases de interpretación, clases de dicción, clase de montaje, de modo que había incluso clases de escenografía, voz, impostación de voz, todo, era una completísima academia. Y eso fue lo que nos salvaba.

José Manuel González Herrán.- En La Habana no habría otra cosa…

José Rubia Barcia.- Nada, no había nada, nunca había habido nada, ni en Hispanoamérica, nada similar. De modo que… han hecho una tesis doctoral sobre mi actividad teatral en La Habana. Llegué a ser muy conocido como director de teatro. Esto fue en gran parte…, esto tiene una continuidad…, pero se interrumpe…; porque llega un momento en que con todos los esfuerzos que yo hacía allí, el trabajo que desempeñaba y las responsabilidades que tenía, no ganaba lo suficiente para vivir. Entonces me invitaron de Middlebury, en los Estados Unidos, a que fuera a dar un curso de verano a los Estados Unidos. Pero la Universidad no me dejó ir, porque yo tenía un contrato para enseñar el verano aquel y no podía ir a los Estados Unidos. Entonces fue en mi lugar un poeta valenciano, Bernardo Clariana, muy amigo mío: «Mira vete tú, si quieres»; di su nombre y fue. Pero este Bernardo Clariana, al que conocía mucho, va a Nueva York, después de Middlebury va a Nueva York y se le ocurre ir a visitar a don Américo a Princeton. Yo había conocido a don Américo en el Centro de Estudios Históricos, porque cuando yo andaba buscando trabajo, una de las cosas que hice fue ir al Centro de Estudios Históricos; pero me ofrecían cien pesetas al mes por hacer fichas. «Con esto no voy a ninguna parte». Entonces don Américo se alteró un poco conmigo…, yo hablé con don Américo… entonces, lo conocí allí. Pero Bernardo Clariana le habla a don Américo de mí, y le habla de que yo di unas conferencias sobre cultura arábigo-española, que yo era arabista, que había empezado a estar interesado en el mundo árabe. Entonces recibí una carta de don Américo diciéndome que si me interesaría ir a Princeton, a la Universidad de Princeton, como lector, y que ya veríamos qué daba el futuro y tal. Bueno, pues yo me dije: me voy a los Estados Unidos. Era un contrato de meses para empezar. Y allá me fui. Pedí tal en la embajada, en la embajada cubana había un español que había sido general en nuestra guerra, y que era un agente secreto de Inglaterra, y después de los Estados Unidos, se llamaba Durán; y este español me llevó a un cónsul que estaba borracho; me dijo que sabía español, y lo que sabía eran las palabras: coño, carajo, tal… Por fin, me dan un visado para entrar en los Estados Unidos. Entonces tomo un avión, me despido de todos, me hacen un homenaje en Cuba, de salida, una fiesta los intelectuales cubanos. Me hice íntimo amigo de Raúl Roa; Raúl Roa le puso un prólogo a mi auto sacramental, hombre extraordinario, inteligente y tal... Y desembarco en Miami. No hago más que desembarcar del avión.., entro en el aeropuerto y una voz: «Mister Barcia, mister Barcia». ¿Quien me llama a mí? ¿Quien me conoce aquí?: el servicio de inteligencia; y me están interrogando durante cuatro días. Lo más probable…, me hacen preguntas estúpidas a mí, ya me cabreo con la cosa y digo: «Yo no contesto ninguna pregunta más». Y sin permiso de nadie…, me habían dicho que me quedara en el hotel esperando decisiones, me fui a la playa, ¡que demonios! Primer contacto con las dificultades americanas. Entonces llamo por teléfono a don Américo y le digo: «Mire usted, pasa esto; me están deteniendo aquí, interrogando aquí, al parecer soy un hombre muy peligroso y tengo muchas dificultades para entrar, de modo que...». «No se mueva usted de ahí, tal y tal.., pues voy hacer aquí…, porque eso es injusto, bueno…». Entonces se movió, había un coronel…; había entonces una cosa que se llamaba, un programa que se llamaba ASTP, abreviaturas de Servicio de Preparación de Oficiales del Ejército en lenguas extranjeras. Estabamos en plena guerra, y este coronel…, habló con don Américo…, fue a Washington…, entonces me dejaron entrar bajo fianza, no libremente, bajo fianza; provisionalmente me dejaron entrar, y así entré en los Estados Unidos.

José Manuel González Herrán.- ¿A qué pudo ser debida esa retención?

José Rubia Barcia.- Pues a que…, yo no sé exactamente a qué fue debido; pero, por el tipo de preguntas…; allí no hay, no había entonces, distinción entre socialismo y comunismo. Para los agentes de… todos los refugiados españoles éramos rojos, éramos comunistas. Y los empleados de Inmigración habían recibido información secreta de La Habana, los comunistas estaban un poco contra mí, pero yo no sé quién les dio la información, si el agente español de la embajada, o el otro. El caso es que alguien dijo que yo era peligroso y bastó eso para complicarme la vida. Entro vía Princeton, tengo mucho éxito en Princeton, con don Américo… conversaciones interminables sobre el mundo arábigo-español... Él no había publicado aún…, pero estaba trabajando sobre ello. Estaba trabajando sobre esa cosa… Entonces, todavía estaba de acuerdo con Claudio Sánchez Albornoz, porque le escribió…; él escribió diciendo que yo decía tal cosa sobre la batalla tal… y que tal... Entonces Sánchez Albornoz contestó…, una cosa entre él y Sánchez Albornoz… y que yo estaba en medio, porque yo buscaba las fuentes y le ayudaba en su investigación y tal. Y me estoy en Princeton un año casi, pero me llaman de la Oficina de Información de Guerra, porque se enteran de que yo soy hombre que había hecho radio en Cuba, hombre de publicidad, teatro, todas esas cosas, y, entonces, me ofrecen ser «la Voz de América para España». Y me bautizan de nuevo, y me nombran, y me dan el nombre de Andrés Aragón. No soy, soy Andrés Aragón. Y hablo todas las semanas una cosa mía, directa, para España, que me censuran o no me censuran…, la censura militar. Y preparo ocho programas diarios de noticias en español para España. De modo que en el On the road español se suponía que había gente aquí que escuchaba estas cosas y, yo, era el encargado de todo esto.

José Manuel González Herrán.- ¿Lo leías tú mismo?

José Rubia Barcia.- No, las noticias no. Tenía cuatro o cinco mecanógrafas y taquígrafas y tal...

José Manuel González Herrán.- Lo decía por si no tienes noticias de que nadie reconociera tu voz.

José Rubia Barcia.- Los comentarios los leía yo. Tuve éxito aquí, pero nunca me reconoció nadie. Andrés Aragón era un español que hablaba desde Estados Unidos, y hablaba para España, y naturalmente, con autorización para combatir la cosa de España. Puse la condición: «Yo acepto, siempre que se me permita hacer propaganda pro democrática, antidictatorial». «Sí, claro, naturalmente, no faltaría más. Estamos luchando contra Hitler». Muy bien; y yo encantado, me pagaban muy bien, encantado con eso. Pero un buen día el teletipo (yo tenía un teletipo a mi derecha) de las secretarias…, yo tenía un despacho inmenso allí...; el teletipo me trae un discurso de Churchill que no me acaba de convencer, en el que daba las gracias a Franco. Decía: «Franco, un caballero español respetuoso de la neutralidad, no sólo no nos ha perjudicado, sino que hemos contado con su ayuda por negarse a que Alemania invadiera…, que Alemania pasara por España y se apoderara…»: un elogio tremendo. Y me llega eso en el teletipo; por llegar en el teletipo yo tenía que incorporarlo a las noticias. Y, problema de conciencia: ¿qué puñetas hago yo con esto? Les dije a todos mis empleados: «Paralizamos el trabajo, aquí no trabaja nadie». Me voy a ver al jefe de Europa, que tendría treinta y cinco o treinta y seis años; tenemos un careo de mil demonios, porque le dije: «Mire usted, yo no estoy aquí para elogiar al hombre que me ha empujado a estas circunstancias, yo me niego a traducir esto y a mandarlo a España y a comentarlo. Yo me niego terminantemente: ahora, ¿qué alternativa hay?». Se enfureció conmigo, me dijo que yo estaba con un esplendoroso sueldo, que me pagaban muy bien, que debía estar agradecido por no estar en el frente muriendo. «Y usted debe estar avergonzado de estar aquí sentado, que es americano; yo en mi país hice lo que me mandaron». Un altercado y tal, me despachó de la cosa... Solución –no admitieron mi dimisión–: ser expulsado por incompetente. Me despacharon por incompetente. Así salí de la Oficina de Información de Guerra. Tengo cartas de felicitación de Davies, el director; el asunto llegó a Roosevelt, se discutió el asunto con Roosevelt, lo que había pasado conmigo; toda la cosa fue un escándalo; pero, a la calle. Entonces, y ya en la calle en Nueva York, y sin saber qué hacer ahora: yo tenía un proceso para la entrada legal en el país, con todo mi expediente en el Canadá. Vinieron a España agentes de los Estados Unidos, buscando mis antecedentes en España, para el proceso mío de entrada legal, por sugerencia de la Oficina de Información de Guerra para la que yo trabajaba. Y ya todo esto se paraliza, y entonces a Buñuel, que estaba en Nueva York entonces, acaban de expulsarlo también; lo expulsan también; y entonces me llama Buñuel…: yo no lo conocía…

José Manuel González Herrán.- No lo conocías.

José Rubia Barcia.- No lo conocía de nada. Le hablan de mí, le dicen que era director de teatro, que había hecho tal, que había trabajado en radio, que sabía de esto y que me habían expulsado de esta cosa... Entonces me llama y voy a su casa. Estaba acostado con un ataque de ciática, comiendo hierba del campo, porque era lo que le había recetado un brujo, y él era muy aficionado a esas cosas. Hablamos, parece que le caigo bien… y me ofreció trabajo en Hollywood. «A mí me ofrecen ahora…, la Warner me ofrece ser productor de doblajes en español y tú te vienes de director». Y me ofrece un contrato; pero me ofrece tan poco sueldo, y yo digo que no. Y entonces se enfureció conmigo: «Entiéndete tú». Yo había ganado mucho más de lo que me ofrecía...

José Manuel González Herrán.- Aunque en aquel momento no tenías nada.

José Rubia Barcia.- Nada, no tenía nada... Entonces me dice que me entienda con el gerente de la compañía directamente. Y fui, y me ofreció el contrato en muchos mejores términos que él; me contrataron como actor, director y escritor en Warner Brothers. Con los tres títulos fui a Warner Brothers con excelente sueldo, me compraron un billete en coche-cama, con cama, y bar, y todas las cosas en el tren de lujo… y allá me voy a Hollywood a trabajar con Buñuel. Bueno, esto sigue y sigue y sigue.

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